Valencia, ESPAÑA
"¿Por qué en la televisión no hablan de los animales que han muerto
en los incendios?", nos preguntábamos todos. Desde el pasado jueves,
más de 20 municipios de la Comunitat Valenciana, en España, han sido
azotados por el fuego. Se estima que se han quemado más de cincuenta
mil hectáreas de monte natural. Lo que antes eran parajes llenos de
vida, hoy parece un terreno lunar, sólo queda ceniza, humo y silencio.
No se oye el canto de los pájaros, no queda nada.
Ante la absoluta ausencia de noticias sobre la cantidad de animales
que podrían haber muerto (y que con seguridad ya habían muerto) en la
zona, comenzamos a comunicarnos por teléfono y redes sociales, y las
noticias eran abrumadoras. A quienes poseían animales de granja, no les
habían dejado evacuarlos, bajo amenaza de denuncia. Ninguna noticia
hubo sobre rescates de animales, y muchos ancianos tuvieron que ser
evacuados de sus casas a la fuerza por los bomberos al negarse
rotundamente a abandonar a sus animales, con quienes, hasta ahora,
habían compartido sus solitarias vidas.
En un último intento nos desplazamos hasta el cuartel del SEPRONA,
cuerpo responsable de Fauna y Flora y les explicamos la situación:
"queremos ayudar, estamos más que preparados, no nos asustamos, sabemos
que han muerto miles de animales porque han prohibido liberarlos o
evacuarlos, sabemos que hay animales quemados, ciegos, sordos,
deshidratados, perdidos, muriendo en silencio... nuestras manos
voluntarias están deseosas de brindar una segunda oportunidad a quienes
no pueden valerse por sí mismos". Sin embargo, la respuesta fue
contundente: la Guardia Civil nos prohibió terminantemente ir al monte a
salvar vidas. No era porque hubiera peligro de quedar atrapados en el
incendio (porque éste estaba sofocado) sino porque los animales del monte son 'propiedad privada'. Atenderlos o socorrerlos de cualquier manera es motivo suficiente para que podamos ser denunciados por robo de propiedad privada'.
Y no se limitó a eso, también
nos
prohibieron ayudar a los animales de los ganaderos o vecinos del
pueblo: en caso de que los atendamos de cualquier forma, podrían
iniciar contra nosotros un procedimiento 'ex oficio' (sin intervención
del propietario legal de dichos animales).
Intentamos negociar, les decimos que entendemos que en una situación
normal no nos llevaríamos nunca un animal de su entorno natural (¡si
lo que queremos es que vivan en libertad!), pero que siendo una
situación tan extrema, donde el entorno ya no existe, y donde ningún
animal ha sido evacuado o ayudado, es lógico pensar que no hay razón
para estos procedimientos, era una situación completamente atípica.
Pero no nos dieron opción alguna, sólo nos dijeron que si socorríamos a
los animales seríamos denunciados.
Ante estas impactantes declaraciones, no tuvimos más remedio que dar la conversación por terminada. Hablando con gente de la zona, sabemos que se echaron al monte de todas formas, tratando de rescatar a quienes pudieran, y así lo hicimos nosotros: horas caminando bajo el sol por un monte yermo y desolado, donde el silencio era atronador, donde la ceniza te cubría las botas. Vagamos por la zona con el pulso acelerado y el corazón encogido, tratando de encontrar a alguien que necesitase ayuda para poder socorrerlo, pero deseando fuertemente no encontrarlo, porque eso sería una buena noticia. Nos sentimos mal por todo lo que miramos alrededor, por todo lo que se ha perdido.
Finalmente no localizamos vida el primer día. Al llegar a casa
supimos que el otro grupo vio animales calcinados, y que un chico
socorrió a una cabra, hidratándola durante dos horas, esperando a unos
servicios de emergencias que, a pesar de haber sido alertados de la
gravedad del asunto, nunca llegaron. La cabrita se le murió en los
brazos, quemada y aterrada, sin que él pudiera hacer nada para
remediarlo.
Somos muchas las personas que nos preocupamos y nos ocupamos de los
animales, somos muchas las personas que quisimos echar una mano en el
peor incendio que ha vivido nuestra tierra, la casa de los animales. Es
difícil no sentirse profundamente afectado e impotente viendo como
miles de animales han muerto calcinados sin que nadie haya decidido
evacuarlos, sin que nadie oyera sus gritos.
Nos queda por delante un trabajo muy duro: todos los días salen
grupos a peinar las zonas afectadas, y por suerte sí han localizado
animales que habían podido huir de las llamas y estar a salvo. Otros
han sido rescatados y ya están en santuarios y centros de recuperación
de Fauna. Seguiremos haciendo excursiones, cruzando ríos mojándonos
las piernas cansadas de escalar por la piedra, seguiremos inhalando
ceniza hasta toser, seguiremos con el pulso acelerado y el corazón
encogido, porque nuestras manos son para ayudar, porque aún quedan
vidas por salvar.
No me sorprendería si esta tierra hoy desierta, en unos
años fuera edificada. Incendiar zonas protegidas es una treta común
para que las constructoras consigan el permiso legalmente denegado. No
se puede derribar un bosque, pero sí construir sobre uno incendiado.
Los activistas por los derechos de los animales estamos
cansados de que en este tipo de catástrofes se atiendan y contabilicen
únicamente las vidas humanas. No era un asunto de salvar a unos y
dejar morir a otros, era un asunto de intentar salvar a todos, o a los
más posibles y había manos dispuestas a ello.
Si estos incendios en Valencia fueron provocados, los
responsables deben ser sancionados, pero ¿quién será el responsable de
las muertes de los cientos de animales que no permitieron evacuar o
atender? Esas muertes pesarán para siempre en su conciencia, aunque
para esa persona sólo fueran "propiedad privada".
Gracias a Natalia Rizzo, Subdirectora de AnimaNaturalis en España, por la narración y la acción.