Muchos de nosotros tenemos mascotas en la actualidad, pero la relación entre humanos y animales es casi tan antigua como los orígenes de la humanidad. Así pues, también los romanos se beneficiaron de la colaboración con distintos animales, y al igual que nosotros, el perro fue su mascota estrella.
A finales de la República romana (durante el siglo I a.C) se puso de moda entre las clases acomodadas la tenencia de un perro que sirviera como guardián del hogar. Encontramos en algunas domi (casas) romanas, mosaicos de perros con la inscripción CAVE CANEM (cuidado con el perro) para advertir a los intrusos. Por ejemplo, el mosaico en la puerta de entrada a la casa llamada «del poeta trágico» o el mosaico del vestíbulo de la casa de Próculo, ambos en Pompeya. Junto a estos mosaicos era común encontrar un Molossus(1), un cánido de fuerte complexión dotado de desgarradores colmillos, orejas cortas y erguidas y piernas de características felinas.
Según el escritor romano Virgilio:
«Nunca, con ellos en guardia necesita temer por sus puestos de un ladrón de medianoche, o ataque de lobos, o bandidos ibéricos en la espalda».
 |
Mosaico en la «casa del poeta trágico» |
Por su parte, Marco Terencio Varrón describía las cualidades idóneas para este can:
«Debe tener una cabeza grande, orejas caídas, los hombros y el cuello gruesos, patas anchas, un ladrido profundo, y ser de color blanco con el fin de ser más fácil de reconocer en la oscuridad. […] Debe llevar un collar de cuero tachonado de clavos para proteger el cuello. Un lobo, una vez herido, será menos probable que ataque a otro perro, incluso a uno que no lleve un collar».
La plebe, generalmente con escasos recursos económicos, no se podía permitir este tipo de animales guardianes, así que en su lugar tenían gansos (ocas). Su carácter territorial junto a su fuerte graznido hacían de él un excelente y económico guardián, además de proporcionar huevos para sus dueños.
Por extraño que nos pueda parecer, fueron unos gansos los protagonistas de un heroico acto de defensa en Roma. Según la leyenda, los graznidos que emitieron estos animales cuando la ciudad fue atacada de noche por los galos en el siglo IV a.C, alertó a los soldados romanos, evitando que ésta cayera en manos del enemigo.
Los perros domésticos no siempre fueron molossus guardianes, también existieron pequeños perros que simplemente sirvieron como mascotas entre las clases acomodadas de Roma, los canis catelli. Para este menester era suficiente con ser dóciles y fieles, y los más populares fueron los canis melitae (2), un pequeño perro faldero de pelo blanco y largo, similar al Maltés, aunque de mayor tamaño. Los canis catelli tenían el único cometido de ser animales de compañía siendo un entretenimiento para los niños, una calefacción para las frías noches, un antipulgas y antimoscas para sus propietarios y un símbolo de estatus social. Esta clase de perro llegó a ser una compañía muy querida. La descripción que el poeta romano Marco Valerio Marcial hace de la perra de su amigo Publio, Issa, lo refleja con claridad.
Dice Marcial:
“Issa es más pura que un beso de paloma, más cariñosa que todas las muchachas, más preciosa que las perlas de la India… Para que su última hora no se la llevara del todo, Publio reprodujo su imagen en un cuadro en el que verás una Issa tan parecida que ni siquiera la misma Issa se parecía tanto a sí misma”.
Respecto a los nombres de los perros, Plinio recomienda nombres cortos y el gaditano Columela en su obra De re rustica que tengan dos sílabas, así como nombres referentes a sus características: Asbolo (hollín), Tigris (tigre), Ferox (feroz), Lupa (loba), Leuco (blanco), Pirra (pelirroja), Cerva (cierva), Celer (rápido), Lakon (espartano)…
 |
Mosaico de la «casa de Próculo» |
Estos perros mascota no fueron comunes entre la plebe, pues no se entendía tener un perro que no trabajase, ya fuera de guardián, pastor o cazador.